Un tercero.

Te observo mientras miras hacia la nada, callada. Tus ojos, dos azabaches, hacen que miran, pero yo sé que no miras nada. Observo tus manos, apoyadas sobre tu regazo. Me gusta mirarte, es más, pensé que tú también me mirarías. Olí tu olor natural. Emanaba de tu pecho. Cautivaba el parque en donde estabas sentada, en un banco negro. El viento soplaba y me hacía llegar la fragancia a mi nariz. Yo imaginaba tantas cosas sólo con esa fragancia. Me transportaba, me llevaba a otra área.

Observaba también, que te echabas brillo en tus labios. Luego de hacerlo, sonreías, para comprobar si estabas bonita. Sí que lo estabas. Luego, comprobabas si tu peinado no se había desarmado, si tus aros no se habían desordenado. Sonreías, como una niña que hacía una travesura. ¿Acaso la travesura era prepararte, ponerte bonita para alguien en especial? Para mí eras la reina de aquel parque, lejos la más hermosa de todas. Tu naturalidad destacaba.

Me acerqué a ti, un tanto cabizbajo debido a tu notoria belleza. No era de esas bellezas en donde era sólo voluptuosidad, sino era una belleza tierna, pura. Al final te percataste de mí y me sonreíste. ¿acaso estaba tan bonito como tú lo estabas? No estaba arreglado, seguro mi boca apestaba a lo que comí hace poco, pero una cosa tenía segura: Mis ojos brillaban por ti.

Llegó un hombre a tu lado. Te besaste con él apasionadamente. Me puse muy contento, pues tu espera había tenido éxito. Él también me vio y pensé que con su mirada me correría, pero es más, me acarició la cabeza. Yo recibí el cariño. Me encanta que me hagan cariño y que presten atención en mí. A final, decidí quedarme bajo el banco en donde ambos estaban sentados y comencé a cuidarlos. Por algo, dicen, soy el mejor amigo del hombre.

jueves, 8 de diciembre de 2011 en 17:16

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